La mañana comenzó sin mayores novedades, salvo aquella en la que mi mamá despertó tarde y tuvo que empacar mi desayuno en una lonchera, algo que jamás me gustó. La neblina cubría las tejas de las acogedoras casas de la urbanización.
Al llegar a la parada del autobús saludé a mis compañeros de clases, que sin importar que tuvieran los ojos abiertos daban la impresión de que seguían dormidos. Inusualmente yo estaba más despierto que todos ellos.
Me encontraba en Punta de Mata, pequeño pueblo del estado Monagas, y la escuela quedaba en el Tejero, a unos 10 o 15 minutos de donde vivía.
Al llegar a la escuela, como de costumbre, nos formábamos todos los grados para cantar el himno nacional, eran casi las 7:00am. Mi grado era 1ero B y entre formarnos y estar todos derechitos para entonar las notas del himno pasaban varios minutos.
De repente empecé a toser, era una tos seca, sin ninguna muestra de flema u otra causa, más bien parecía infundada. Un compañero que estaba a mi lado me preguntó “¿estás enfermo?” y le respondí con ademán de satisfacción ya que nunca me enfermaba. Luego empecé a sentirme un poco mareado, desorbitado, el mundo iba dando vueltas lentamente alrededor de mi cuando escucho “gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó…” y me puse a cantar y poco a poco todo iba volviéndose más oscuro mientras mis piernas perdían el equilibrio y fue cuando caí.
Un compañero que estaba detrás de mi evitó que me pegara contra el piso.
Rápidamente mi maestra Yaquelin me cargó en sus brazos y entre lágrimas y desesperación corrió conmigo hasta el carro de la directora de la escuela y con un algodón empapado en alcohol me mantenía despierto.
Aún recuerdo ese pequeño sedan blanco que iba como a 180km/h, mi maestra en el asiento del copiloto conmigo en sus piernas y una botella de alcohol en mi nariz, la directora de la escuela, Florinda, manejaba y emulaba a un piloto profesional de Fórmula 1 por la vía Tejero – Punta de Mata.
Yo estaba más dormido que despierto (desmayado) al llegar a la clínica y de una vez me pusieron en una camilla, me quitaron la camisa y el pantalón dos enfermeras, me pusieron unas pinzas en cada pie y varios chupones en el pecho. No tenía idea de lo que sucedía. Cierro los ojos y al volverlos a abrir veo la cara de mi mamá y entendí que no lloraba por el final de una telenovela, su rostro denotaba un terrible e intenso dolor por el miedo de perder a su hijo, dolor que años más tarde iba a entender cuando sintiera el miedo de perder a un ser querido, y fue en ese preciso instante, el cual permanece grabado en mi mente, cuando comprendí que en algún momento iba a morir. Al imprimirse el electrocardiograma el médico lo cogió de inmediato y analizó, yo aún estaba como dormido pero alcancé a escuchar “todo está bien”. Dormí placenteramente las siguientes horas.
Cuando desperté tenía un hambre atroz, claro, no alcancé a desayunar, pero el suero de una bolsa conectada directamente a mi muñeca izquierda prohibía ingerir cualquier tipo de alimentos hasta que no se vaciara esa bolsa la cual pensaba yo que solamente tenía agua.
Cuando desperté tenía un hambre atroz, claro, no alcancé a desayunar, pero el suero de una bolsa conectada directamente a mi muñeca izquierda prohibía ingerir cualquier tipo de alimentos hasta que no se vaciara esa bolsa la cual pensaba yo que solamente tenía agua.
“Mamá tengo hambre” fueron mis primeras palabras y ella, pacientemente, estaba sentada a mi lado, preparaba mi ropa para irnos y me dijo “te dio una arritmia cardíaca”. Días después el médico me explicó que una arritmia cardíaca es una aceleración del corazón.
Al llegar a casa, cerca de medio día, le pregunto a mi hermano si agarró mi lonchera que había dejado en la escuela y él con una sonrisa de oreja a oreja me dijo “tranquilo Nené, yo la agarré y me comí tu desayuno”.